Mi dósis de rutina trasparente.

Siempre odie la rutina. Aborrecía ver como mis días se pasaban frente a mí como figuritas repetidas. Todos iguales, como hechos en serie. Me aburría, me ponía de mal humor y lo único que lograba era que nada me interesara lo suficiente. Ni siquiera la espera del sábado, porque hasta los fines de semana se habían convertido en rutinarios para mí.

En los años de secundaria la cosa era peor que nunca. Levantarse a las 7 de la mañana, cambiarse e ir al colegio. Salir a las 13:20, ir a casa, dormir siesta, ir a educación física, volver, estudiar o hacer tareas, mirar la novela, comer, computadora, dormir. Que asco. Vomitivo.

En 2010, cuando terminé el colegio, la rutina se transparento un poco, pero a penas. Quizás la rutina seguía estando, pero ahora era mas divertida. Ya no me levantaba tan temprano y me quedaba hasta tarde en la computadora. Además, siempre tenía tiempo de hacer otro ejercicio o de visitar a alguien.

En 2011, o sea, este año, me fui de casa. Me fuí a vivir a Córdoba capital para estudiar una carrera universitaria que abandoné por falta de vocación (algún día voy a contarles mas sobre el tema, pero no es esta la oportunidad). Dejé la carrera, no consigo trabajo y solo hago comedia musical dos veces a la semana. Conclusión: la rutina se volvió transparente y no saben cuanto la extraño. Ahora las horas me sobran, y ya no se que hacer con tanto tiempo libre. No se que hacer. Literal.

Es tan frustrante ver como tus amigas te dicen: "hay me voy al trabajo", "uh tengo que hacer 20 millones de trabajos para la facu", "no tenés idea todo lo que tengo que estudiar". Y vos "ah, que bueno. Yo no tengo nada que hacer". Lo peor es que seguido a esa respuesta tuya te dicen "que guacha, que suerte que tenés". Y vos: "SUERTE DE QUE ?, ¿no tener nada que hacer es una suerte?". No, sepánlo. No es un suerte. En absoluto.